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Fallen Murderer ~ Fallen Terrorist [Priv. René] BBUaCyq
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Fallen Murderer ~ Fallen Terrorist [Priv. René]

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Mensaje por Eikki Virta Sáb Sep 28, 2013 7:53 pm

Fingir era algo bueno, posiblemente lo mejor que se podía hacer en aquel estado. Inútil, agotado, lisiado... desprovisto de todas las facultades que poseía en el pasado por culpa de la sustancia que corría por sus venas, todos los músculos de su cuerpo agonizaban por probar el contacto con la sangre, con el hueso, con la piel... de nuevo.
Era difícil, muy difícil suprimir su instinto que, como un tigre herido y derrotado, no paraba de luchar con fiereza aún sabiéndose caído. Había sido mil veces más complicado mantenerse como una marioneta inerte tirado en el suelo de su "lujosa" celda durante dos semanas seguidas. Y aún más complicado el aguantar la "valentía" de aquellos gusanos cobardes que, viéndolo aún menos luchador de lo normal, se habían aprovechado de él innumerables veces, frunciendo el entrecejo y llamando repetidas veces a uno de los muchos médicos del complejo para comprobar si seguía estando vivo al ver que ni siquiera reaccionaba ante los embites dentro de su maltrecho cuerpo.
El "Amo", como siempre se hacía llamar sencillamente, prohibía explicitamente que nadie más que él "usase" a la pantera rubia... pero muchas veces sus "soldados", cobardes y egoístas mercenarios de élite, desobedecían sus mandatos según ellos por no poder resistirse a "semejante belleza ahí tirada al alcance de cualquiera". Ni se tenía que decir que aquellos a los que el Amo había pillado haciéndole algo habían terminado con un tiro en la cabeza y algo peor en el trasero... pero aquello no los echaba atrás la mayoría de las veces.

Así aquellas dos semanas, más infernales incluso que las demás debido a la cada vez mayor agudeza de sus sentidos por la falta de la droga, pasaron extremadamente lentas... pero por fin aquel lunes en el que el Amo había tenido que irse a atender unos negocios en su empresa... la Bestia había vuelto a despertar. Y lo había hecho hambrienta y enloquecida por la furia asesina de la que la habían despojado durante meses.
Hasta un animal salvaje aprende si se le da el tiempo suficiente... y aquel caso no fue una excepción. En cuanto se vio lo suficientemente capaz de moverse, el pequeño rubio no dudó lo más mínimo.
El hombre que siempre le daba las píldoras de droga frunció el entrecejo al ver en su rostro una seductora sonrisa. Nunca había sonreído así, ni para el Amo ni para nadie. Los guardias de la puerta también se sintieron observados, y ambos recibieron aquella tácita invitación para acercarse... y por supuesto la existencia de la píldora de droga y la fría presencia de sus armas bajo sus manos les dio seguridad para aceptarla y aproximarse al joven...

El "enfermero" tragó saliva y miró la píldora... pero decidió dejarla a un lado al ver la aparentemente errática mirada del cautivo y su cuerpo laxo. Aquél fue el último error de una larga lista que cometió en su vida, puesto que los guardias se pusieron a su altura en ese momento.
Las piernas del chico rubio, calculadamente abiertas y desmadejadas sobre el cálido suelo cubierto por una amplia alfombra de gusto pésimo, parecieron cobrar vida propia cuando éste las alzó y las estampó en las entrepiernas de los dos violadores que serían los primeros en recibir su "castigo divino".
El hombre de la droga ni siquiera supo qué era lo que pasaba. Antes de que los dos guardias cayesen al suelo retorciéndose de dolor y agarrándose sus partes, las piernas del rubio se cerraron sobre su cuello... con los talones apuntando directamente a su cuello.
El repugnante sonido acuoso delató la explosión de la frágil aorta dentro de su cuello, y el jovencito se desentendió de su primer cadáver en meses, alzándose con rapidez y tomando de los brazos del guardia (ocupados cubriendo cierta zona adolorida de su anatomía...) su arma... tambaleándose un tanto, sin embargo, por la velocidad de su acción. Maldita fuese aquella persistente droga...
No usó ninguna de aquellas ametralladoras. Silenciosamente les partió el cuello a ambos mercenarios, prometiéndoles con la mirada una eternidad de dolor cuando los alcanzase en el otro lado dado que ahora no podía permitirse tomarse la revancha adecuadamente.

Armado ahora para compensar sus andares algo tambaleantes, el joven rubio había abandonado aquella sala en la que había estado encerrado un tiempo ya indeterminado por su aún enturbiada mente, y a pesar de todo había avanzado con el sigilo de un depredador por los amplios pasillos de aquella impoluta fortaleza, que más que una mansión parecía un búnker.
Más de una vez tuvo que dejar las armas de fuego en el suelo con una mirada de desprecio para adelantarse y romperles el cuello o dormir con una de sus llaves a algunos centinelas, en completo silencio. Siempre había odiado el ruido infernal que las armas modernas hacían... sin duda debería haber nacido en otra época. ¿Pero quién más que aquellos que se hacían llamar en muchos casos "amos" no deseaban haber nacido en otra época? Basura... esa era la única forma que al rubio se le podría ocurrir para describir a esas gentes.
Por suerte, la basura no se esparcía solo entre los sumisos que aceptaban aquel cautiverio con placer, sino también entre aquellos idiotas que se sentían muy hombres por portar armas y violar a alguien semi-inconsciente debido a las drogas... lo cierto es que pagaron muy caro el olvidar que hicieron falta más de setenta hombres para capturarle en Venecia... y que, antes de caer inconsciente debido a la droga que le inyectaron con un dardo, se llevó por delante a más de cincuenta entre emboscada y emboscada. Pero claro... en aquel entonces contaba con sus preciados cuchillos y sus espadas... y ahora tenía que cargar con aquellos dos trozos de plástico...
El rubio resopló y avanzó y avanzó por aquel lugar, dejando a su paso un río de sangre y cuerpos por doquier, ya ni siquiera preocupándose por ocultar los cadáveres, sabiendo que tarde o temprano alguien los encontraría por mucho que los escondiese. Sencillamente eran demasiados... y él no tenía ni fuerzas ni tiempo para perder ni lo uno ni lo otro en aquello.

En un determinado momento enfiló un pasillo muy familiar... que conducía a un lugar aún más familiar... y durante unos instantes estuvo a punto de abandonarse de nuevo a sus instintos. Pero sabía que él no estaba allí en aquellos momentos, por lo que matarlo no era una posibilidad. Ya se ocuparía de él una vez estuviese libre de todo aquello y se hubiese recuperado lo suficiente. Aquél no era el momento ni el estado adecuados.
Así, con un gran esfuerzo, el chico había continuado su penosa andanza, alcanzando incluso el enorme muro exterior de la mansión... antes de que la alarma saltase estruendosamente y él abandonase resignadamente las sombras y el sigilo.
Se terminó de cargar a los seis guardias que se interponían entre él y la libertad con aquellas armas ruidosas y salió corriendo como pudo de aquel infierno, agradeciendo internamente que aquel idiota ególatra que se creía su amo hubiese rechazado cualquier intento de que le pusieran un microchip para poder localizarle con facilidad, alegando no querer maltratar en absoluto su impoluta piel pálida. El rubio estaba seguro de que era también, en parte, por su orgullo... jactarse de atrapar a uno de los mejores asesinos del mundo, prueba de ello una piel que nunca había recibido ni una sola herida. Gracias a aquello tampoco le habían metido la droga mediante jeringuilla. Y era gracias a eso que ahora por fin corría por las calles de aquel lugar maldito, bañándose en las gotas de la torrencial lluvia que asolaba Sydney... y que en aquel momento le hizo sentirse incluso más vivo que los casi cuarenta asesinatos que acababa de cometer.
Alzó un poco la cabeza para que las gotas acariciasen su rostro, su cabello cubierto por la capucha de aquella sudadera varias tallas mayor que constituía su única prenda... además de su ropa interior. No por primera vez el fetiche de aquel desgraciado por verle con aquellas prendas le ayudaba... siempre le había gustado tener libertad de movimientos, y aquello era perfecto para ese propósito... aunque no abrigase demasiado.

El agua lo despertó un poco más... pero en verdad estaba cansado; demasiado tiempo sin poder moverse. Apretó los dientes y se puso en cuclillas... antes de darse un potente impulso y salir disparado a largas y ágiles zancadas, sus ojos entornados mientras casi por instinto esquivaba obstáculos... sin un rumbo fijo, sencillamente buscando alejarse lo más posible de la mansión.
No supo cuándo se produjo el cambio... pero repentinamente se encontró pisando tierra con sus pies descalzos, flanqueado por altos árboles de toda clase... y entonces se detuvo... y cayó adorrillado, respirando agitadamente, acusando ahora que se detenía el cansancio creado por la droga que aún había en su organismo.
Sus brazos hundidos parcialmente en el barro, el chico respiró hondo como pudo y volvió a erguirse, aunque ahora de una manera penosa en extremo. El asesino que había revivido para poder sobrevivir en la cárcel en la que había sido confinado y escapar de allí estaba de nuevo agotado... ahora el chico patético en el que habían querido convertirlo había resurgido. El rubio se mordió el labio con frustración e impotencia. Odiaba con toda su alma sentirse así de desamparado.

Tambaleándose, el muchacho avanzó por una especie de laberinto vegetal de altas paredes herbáceas medio apoyándose en ellas, agarrándose el brazo izquierdo en el que había recibido una leve magulladura al caerse. Nunca había llegado tan lejos... no quería que volviesen a atraparlo, pero era seguro que si se quedaba mucho tiempo en un sitio acabarían encontrándolo. No podía detenerse... no podía...
Resbaló y cayó de culo en medio de la hierba, y sin poder más con su alma se arrastró como pudo hasta apoyar su brazo bueno contra la pared verde, flexionando y recogiendo a su lado sus esbeltas piernas desnudas mientras su cabeza caía ligeramente por el cansancio, cubriéndose su rostro en sombras. Se sentía muy débil... y sin embargo hasta la cabeza cortada de un lobo muerde. Se mantuvo alerta a cualquier posible visita indeseable, aferrando escondida dentro de su ensangrentada manga el cuchillo de cocina que había podido encontrar de casualidad en su huída, sus propias ropas cubiertas por una sangre que no le pertenecía y esperando quizá su perdición, quizá un milagro...
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